30/5/07

El Teatro de Comienzos de Milenio.


La musa no canta. Está invadida de abejorros que, aunque no son malignos, estorban para mis necesidades de bajofondo poético. Cuando al fin espanto esos númenes de nuestro cerco tácito de filiación, logro retratar el instante de inspiración exacto. Apago mis sentidos, me desarmo, me pongo la máscara y comienza la función.

Miro la fachada del estro femenino, mientras ella crea desde su mente realidades ficticias y ficciones reales, que acomodan su sugestión con la mía, pero sin ceder un nanómetro frente al público. Tirando y aflojando esas sensaciones nulas, que sin ser dolientes, son explícitamente solapadas, con la finalidad de ocultar todas esas expresiones que piden a gritos salir de sus jaulas civiles.

Las direcciones de las miradas son opuestas, sin embargo se buscan, no se encuentran, pero se buscan. Esquivos, hablamos de lo que sea, pero hablamos de eso hasta que los engranajes de la comunicación se vean sobreexplotados. Cuando la comunicación fallece, desesperados, inventamos cualquier excusa para seguir ahí, con sincronías corporales únicas, hablando de todo y mirando a la nada.

¿Por qué lo hacemos? No tiene explicación. ¿Qué queremos? No está claro aún. Lo que sí, lo queremos, y lo queremos de tal forma, que arriesgamos todo lo que hemos formado, por la sola esperanza de seguir incrementando el volumen de esa obra. Sólo por esperanza. Ya sabes lo que opino de la esperanza, y ya sé lo que opinas de mis opiniones.

El amor platónico no se concibe cuando es recíproco, sin embargo la reciprocidad no es total cuando es sólo uno el que se oculta y sólo uno el que provoca. Frío como una roca, me quedo con la esperanza, sabiendo que la escojo tan sólo por la obnubilación que sufro y que tan pronto de ahí salga, lo primero que desecharé será al peor de los males, incluso antes de todas esas teorías acerca de tu cabello que se vieron descartadas tras aquella transcripción de fenómenos, imposibles para ambos, deleitantes para ambos, incomunicables para ambos. El obligatorio amor a la soledad de comienzos de milenio nos abraza de forma maternal y nos invita, lamentablemente, pues aceptamos su llamado. ¡Bueno es que las normas de la soledad no son estrictas! Están hechas para ser violadas. Por eso, tú crees en la esperanza, por lo mismo que yo dejé de creer en ella.

Con temor me despido.
Con hipocresía te presentas incólume.
Con valentía te acompaño a la escalera.
Con tristeza pisas los peldaños.
Con empatía alzo la voz. Te pregunto.
Con falsedad me dices que no.
Con seguridad me voy. Con seguridad te vas.

Fin de la función: Todos ganamos, aparentamos haber perdido, pero sabemos que en realidad ganamos.

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