26/7/07

Literatura de la Basura.


“Yo leo”. No es que mi signo sea Leo. Era el lema de la feria del libro del 2006. Muchos tenían la chapita adherida en el chaleco o el sticker pegado en la chaqueta. Algunos mentían: No todos ellos leían realmente.
Yo leo, me gusta leer. A muchos no les gusta leer. Sin embargo estamos obligados a leer, desde el cartel del ciego que se pasea por Providencia hasta el menú del McDonald´s, desde el recorrido del ómnibus (micro) hasta el libro para defender un debate: Estamos obligados a leer.
Otra cosa es leer Literatura. Con Literatura no me refiero sólo a las novelas, sino a la Literatura ficticia (novelas, cuentos, historias…) y la no ficticia (estudio en general).
Ambas pueden sernos interesantes desde alguna perspectiva, lo que es fácil, sobre todo cuando leemos algo de lo que nos interesa. El obstáculo viene cuando nos hacen leer Literatura obligadamente, que no necesariamente no nos agrada, sino que sólo lleva un peso extra: El de que de una u otra forma nos tiene que gustar.
Este año escolar, en cuanto a Literatura, iba bien. Mientras por la mía leía a Cortázar, Shakespeare, Huidobro y T. S. Eliot, en el Liceo me hacían leer a Donoso, M. L. Bombal y Hobsbawm. Mi amor a la Literatura estaba In Crecendo… hasta que fui a pedir el libro que seguía en la lista: “Eloy” de Carlos Droguett.
Un libro flaco, que en la contraportada decía que marcaba un antes y un después en la narrativa chilena con la introducción del estilo indirecto libre. Algo tan relevante, razoné, debe ser bueno. Tras revisar el libro, lo único que veía eran ladrillos y ladrillos (en el lenguaje técnico, un ladrillo es una página llena de texto, con escasas separaciones y sin divisiones por capítulo o puntos aparte), de hecho el libro no tiene capítulos: Va de punta a cabo con un estilo difícil y sin tratar de amortiguar toda esa pesada estética. Provocan que la percepción que se crea sea, por lo menos de tedio.
Tras leer ese librito, que de un momento a otro se convirtió en un libraco, odié la Literatura. No quería leer nada, despreciaba a mi inocua biblioteca. El aborrecimiento a las letras me duró varias docenas de horas. Decidí que tal odio se me debía pasar de la misma forma que me llegó: leyendo. Tomé el primer libro que vi en mi biblioteca y me lo puse a leer. Era un librotote azul, con un formato similar a los libracos de Dan Brown y parece que se cumplió una relación de forma y fondo entre lo que leía y lo de Dan Brown: Ambas obras eran Literatura Chatarra o Desechable. El librotote azul era de Fuguet. “Primera Parte” de Alberto Fuguet. Sí, es un libro que entretiene… y lo hace, desde una óptica bien Pop, bien urbana, bien noventera, bien desechable, bien Light. ¡Eso! Lo de Fuguet es Literatura Light, lo de Dan Brown es Chatarra. Fuguet escribe a partir de la cotidianeidad, que se burla sarcásticamente y trata de bajarse el perfil, digo trata porque no le resulta (siempre citando a sus amigos famosos y recordando una anécdota que le sucedió en alguna ciudad gringa).
En fin, me habían advertido que lo de Fuguet era literatura desechable. Lo comprobé. Menos mal que lo comprobé dentro de una depresión literaria, porque Fuguet me hizo valorar que cada escritor escribe según su contexto: Homero (no el gran Homero Simpson) nos mostró la concepción teológica de los griegos; Tolstoi describió de maravillas la sociedad rusa zarista; Fuguet refleja fielmente la sociedad contemporánea: con tanta información a su disposición, se ve turbada a la hora de escribir y se decide por mostrar la subjetividad del autor, proyectada a alcanzar una mirada colectiva. Me explico: el autor, a través de recuerdos propios de una generación o de actitudes, lugares, personajes, modismos, o cultura en general que sean relevantes para la memoria colectiva de un grupo, busca contarnos una historia.
Sin embargo seguía desencantado con la Literatura. Sí, había botado a Fuguet y le había hecho una cruz a Droguett, e inconscientemente a toda la literatura chilena. Pero me faltaba un click para volver a amar. Hernán Rivera Letelier lo logró, en parte. Pero la verdadera Celestina entre la Literatura y yo no fue un libro, sino una película, que se me había olvidado que existía: “La Sociedad de los Poetas Muertos”. Gracias a esa película pude devorarme “El Desalojo” de Allamand, “¿Para qué sirven las ARTES?” de John Carey y “S.M.D.L.F.N.” de H. R. L. Al final, yo igual escribo habitualmente textos dignos de ser calificados como Basura o Light o Desechables, si al final la basura no es tan mala: Puede reciclarse.

24/7/07

Green Grass and Blue Sky.


No sabía si escribir sobre el pasto verde o sobre el cielo azul. Los dos epítetos más recurrentes en la poca imaginativa lírica. Tuve que empezar a contrapesar y a discernir. Si bien ambos conceptos suenan redundantes (y de hecho lo son), la función que cumplen, aparte de embellecer un texto, es la de representarnos algo más profundo.
El pasto verde, nos muestra la realidad concreta y terrenal, fuera de idealismos nos hace mirar a nuestro entorno, recordar que no es tan malo y dejar así, en parte, de pensar en nuestras utopías, que a su vez son representadas por el cielo azul. El cielo azul, nos muestra un mundo deseado y anhelado, allá arriba, fuera de nuestro alcance, más allá de nuestros límites. Estamos pegados al suelo, pero eso no es tan malo, está el pasto verde.
Lo malo es cuando el pasto no es tan verde y el cielo no es tan azul. ¡Sí! Aunque parezca obvio, el cielo no siempre es azul y el pasto no siempre es verde. Cuando nuestro pasto es amarillento y nuestro cielo se vuelve grisáceo, significa que llegó ante nosotros don Pesimismo.
¡Qué paisaje más ideal el del pasto verde con el cielo azul!... Bueno, a mi me gusta más el pasto amarillento y el cielo grisáceo, pero en fin.

23/7/07

The Simpsons: Diez Años Expectante.



Como todo el mundo (chileno), recuerdo que era la época de Video Loco. Los viernes me desvelaba para ver los nuevos “monitos” que daban en el trece rayana la medianoche. Con mi hermano, decidimos empezar a grabar los capítulos, porque todos decían que los monos prometían. Eran un éxito en gringolandia, por su humor irónico y a la vez sencillo. Yo era chico, casi como Bart, por lo cual me identifiqué de inmediato con él. Mi hermano se encantó con Homero. “The Simpsons” era la serie. “Qué corto el capítulo, casi media hora”. Desde ahí supimos que duraban 22 minutos, lo cual grabado en EP nos daría un total aproximado de 16 ó 18 capítulos por casette.
Nos mimetizamos de inmediato con el humor de los Simpsons. Durante la semana, en las horas de comida (donde se reúne toda la familia en Chile), de un extremo de la mesa al otro imitábamos las voces de Homero, Bart, Lisa, Marge, Moe, Lenny y otros. Recordabamos las partes buenas y esperábamos el día viernes.
La pregunta de Lenin atormenta a todo niño aburrido un día domingo: ¿Qué hacer? Nuestra respuesta era ver los Simpsons. Repasábamos los capítulos, fijándonos en los detalles que no habíamos percibido y riéndonos cada vez con más fuerza. La gente común no entendía nuestro humor. “Se ríen de los monitos”. Pocos entienden que los Simpsons son mucho más que monitos.
Los Simpsons han estado presentes en gran parte de mi vida. Son la base de mi humor. Es elemento analógico que tengo para cada cosa que pasa. Todo lo relaciono con un capítulo de los Simpsons.
Recuerdo capítulos con carga emocional, como el capítulo en que Troy Maclure se casa con Selma Bouvier (Hermana de Marge), ya que en el momento en que lo estaba grabando a mi hermano le tiró veneno en la cara una araña (¡Qué frikie! dirán). O uno de los pocos que he visto en familia: Las dos partes del asesinato del Sr. Burns.
¡Cuántas cosas he aprendido con los Simpsons! Entre ellas aprender a ver las cosas más allá de lo que son, ver que los Simpsons, más allá de ser “monitos” son una fuerte crítica social (sardónica y sarcástica) hacia la sociedad Consumista y Capitalista en la que vivimos, donde las apariencias y el Status determinan los juicios ante las personas. Aprendí también cómo se ocupa la ironía al máximo, sin llegar a pasar la raya del respeto. Aprendí, sobre todo, a despreocuparme de las cosas, a tomar menos en serio las situaciones y a valorar la risa (porque la risa no abunda en la boca de los tontos, sino que es escasa en la boca de éstos).
Aún recuerdo, que estaba en la feria con mi hermano cuando salió el comentario: “Dicen que Matt Groening va a hacer otra serie, igual que los Simpsons, pero en el futuro”. Todo esto en el contexto de un posible fin de los Simpsons por allá por 1999, donde se decía que estos nuevos “monitos” vendrían a reemplazar a la familia amarilla. No fue así, y mejor aún Futurama fue un gran acierto. También me enamoré de Futurama y ahora grababa las dos series… En fin, ambas series son, humorísticamente, iguales.
Era un viernes en la noche, esperando los Simpsons, cuando en Telenoche anuncian acerca de una posible película de los Simpsons para el 2006. “En seis años más… ¡Qué bacán!”. La emoción nos invadió. Llegó el 2006… sólo había una noticia: Julio del 2007 era la fecha de estreno.
Hoy, a diez años de aquel viernes que, con pocas esperanzas, grababa los Simpsons en VHS; a casi 400 capítulos vistos; a más de 40 casettes comprados, archivados y vistos una y otra vez; a innumerables exclamaciones del estilo “Es como en el capítulo en que Homero…”; a incontables carcajadas… Espero la ansiada película, con la entrada en la mano, no esperando mucho, para no desilusionarme después. Sólo voy a acumular éste capítulo súper-especial en mi retina, para tener más chistes internos con mi hermano.

Post Scriptum:
Por lo menos el cerdo asegura unas cuantas risas en el cine… espero que todos rían para que no me reten de nuevo por reírme muy fuerte.

Post Post Scriptum:
Espero no exclamar un “me lleva la cachetada” o “me quiero volver chango” después de ver el filme. Espero exclamar un “de lujo, maestro”.


Post Post Post Scriptum: He dicho una y otra vez que los Simpsons NO SON MONITOS, por lo que espero que la gente sea conciente y no vaya con niños al cine, porque aparte de que un niño no entiende el humor de los Simpsons, es realmente desagradable tener un niño gritando "Mira el Homero" o "Papá ¿Cuánto falta?"... ya me pasó con Spider-Man 2 y fue atroz.

20/7/07

Los Nadies.


Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: Los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: Los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.



EDUARDO GALEANO

18/7/07

Oniris.


Cuando despertamos, sabemos que algo soñamos pero es muy difícl acordarnos qué realmente soñamos. A veces quisiéramos seguir soñando, otras veces quisiéramos que lo que en el sueño nos pasa sea de verdad un sueño, porque si fuera realidad sería una tragedia. Qudémonos con los sueño que queremos sean eternos, aquellos que están hechos para nosotros y por nosotros, por lo que nada puede salir mal, excepto una cosa: Que nos despierten.
Oniris, es un minicuento de sueños que parecen realidad, pero que lamentablemente son realidades que parecen un sueño.


“¡Dos y cuarto! ¡Sale el de las dos y cuarto!”. Le gritaba Fresia, su hermana, mientras corrían, casi volaban para alcanzar aquel bus rosado que las llevaría al Paraíso, un pueblecito del sur de la ciudad. A Fresia se le cayó su boina mientras corrían.
Arnouveau, tenía mucho miedo de perder el tren, primero porque era rosado, y segundo porque nunca había viajado en avión. El avión de las dos quince ya se iba. Era un avión rosado, el color favorito de Arnouveau.
Ambas corrían y corrían, tan rápido que daba la impresión de que no tocaban el suelo, o al menos eso creía Arnouveau, sobre todo cuando de repente, olvidando que estaba corriendo, logró mirar a su derecha y observó a un niño igual al de la película jugando con una mujer. La mujer le arrojaba pañuelos desde unos diez pasos de distancia, y el niño con la palma abierta los recibía y los convertía en una llama cuyo humo tomaba la figura de un arco iris de tonalidades blancas, grises y negras.
Seguían corriendo y parecían jamás llegar. Decidieron tomar un taxi. Pero no pasaba ningún taxi rosado, porque obviamente para llegar a un avión rosado, había que tomar un taxi rosado. Menos mal que justo llegó ese viento del sur que le dijo su profesora y las encaminó a la puerta misma del avión. Tenían frío. Sacaron sus boletos rosados y se los mostraron al hombrecito de boina que los cortaba. Les dijeron que al fondo a la derecha estaba el baño y a la izquierda de éste estaban sus asientos: 54 y 56.
“Pero Fresia si los pedí juntos, no sé qué pasó”. Fresia no respondía. “Pero discúlpame, si yo traté de pedirlos juntos, pero te repito que no sé qué pasó”. Arnouveau se enojó ante la incorrespondencia comunicativa de su hermana. “Bueno, entonces me voy sola, pero en tren”. Se bajó del avión, tomó un taxi rosado y la llevó hasta el tren rosado. Subió al tren y el mismo hombrecito del avión le cortó los boletos. Algo raro había allí. Fresia estaba sentada en el fondo del tren, en el asiento 55, pero no llevaba su boina. “De veras que se le cayó mientras corríamos” pensó Arnouveau. Cerró su sombrilla y se sentó al lado izquierdo de su hermana.
El tren iba muy rápido... El tren iba muy rápido... El tren iba muy rápido... El tren iba tan rápido que se desprendió el techo y Fresia gritaba fuerte. Fresia gritaba muy fuerte. Arnouveau estaba tranquila, porque faltaba poco para llegar al Paraíso. El tren paró de repente y el hombrecito gritó “por favor todos muestren sus boletos, porque el servicio ha sido suspendido y deben ahora abordar el avión. Por su comprensión, gracias”.
Todos se fueron al avión rosado que esperaba afuera. Salieron por los techos. En la puerta del avión estaba el hombrecito, cortando los boletos rosados. “Al fondo sus asientos señoritas”. Les tocó el 54 y el 56. Dejaron de quejarse. Fresia quería seguir quejándose, pero Arnouveau se acordó de un aforismo que le había dicho Maritaine, una amiga francesa que conoció en la biblioteca: “Los problemas tienen oídos sordos ante nuestras quejas, aunque ojos atentos ante nuestros actos”.
El avión llegó al fin a su destino, bueno casi. El aeropuerto se había incendiado, por lo que debió aterrizar en el cementerio. Las hermanas se bajaron del avión, mirando en el horizonte la gran llamarada que había acabado totalmente con el aeropuerto.
Para llegar al Paraíso debían atravesar el cementerio, al igual que todos los demás. “Me da miedo, me recuerda el funeral de mamá”. A propósito de ese comentario, le llegó un papel en la cara, una especie de folleto rosado.

EXCAVADOR DE TUMBAS.
LLÁMEME AL 555 – GRAVEDIGGER.

Arnouveau se recordó de la interpretación de Delacroix de los sepultureros de Hamlet. Caminando por el cementerio, al igual que todos los demás, a Arnouveau le vino una idea. “Pásame el celular Fré”. Desconfiada, Fresia se lo pasó. “Pero Arnie, no me gastes muchos minutos”. Llamó al excavador de tumbas.
De atrás de un árbol, iluminado sólo por la luna de cristal que se mostraba esa noche, aparecieron dos hombres con aspecto de muertos, con aspecto de mineros muertos. Cargaban con sus picotas y sus palas, con sus chaquetas de cuero sin manga tiznadas por completo de carbón y uno de ellos acarreaba una carretilla en la que estaba tirado un cuerpo sin vida. “Mande” le dijeron a Arnouveau.
La idea de Arnouveau era poder ver por última vez a su madre, que de hecho estaba enterrada en el cementerio en que estaban conversando. “Quiero ver a mi madre, quiero saber cuánto me va a costar”. Los sepultureros cavilaron unos segundos. “La boina de tu hermana”. Fresia y Arnouveau se miraron instantáneamente. Luego ambas miraron la la cabeza de Fresia. La boina no estaba allí. La había perdido. “¡La tiene el hombrecito que corta los boletos!”. Corrieron hasta el avión, apresuradas, viendo que las turbinas ya estaban en marcha para partir. “¡Espere! ¡Mi boina!” gritaban mientras corrían, corrían muy rápido, tan rápido que parecía que no tocaban el suelo. Mientras corría, olvidando que estaba corriendo, Arnouveau logró mirar hacia la izquierda y vio la menuda figura de su madre vestida de novia. No se veía feliz, se veía triste y solitaria, sobre todo solitaria. Intentó parar de correr en línea recta para dirigirse donde su madre, pero iba demasiado rápido como para parar.
Llegaron donde el hombrecito de la boina. ¡Sí, era la boina de Fresia! “La recogí mientras corrían muchachas, no quería robarla”. Fresia golpeó al hombre, lo golpeó con su puño en la nariz, lo golpeó tantas veces que su nariz estalló en sangre. Se le veía el huesito de la nariz. Se despidieron del hombrecito, tomaron la boina, se sacaron los zapatos de tacón alto para correr más rápido y se largaron a correr.
Para entrar por segunda vez al cementerio debían pagar una especie de peaje. “Son dos libras” les dijo el hombrecito, el mismo hombrecito de los boletos. “¿Libras?” se preguntó Arnouveau. “¡Ah, libras!”. Sacó cuatro libras y pagó por las dos.
Corrieron hasta la tumba en la que las esperarían los excavadores de tumbas. No estaban. Siguieron su camino.
Llegaron al Paraíso. Era un verdadero infierno. Fuego por todas partes, gente muerta en todos lados, perros desnutridos con ratones muertos en sus hocicos, vehículos en llamas y un camión azul. Se dirigieron al camión azul. Era un camión como el de Los Magníficos, sin las ruedas traseras y con las puertas abiertas. Fueron a la parte de atrás, abrieron las puertas de la cabina trasera y se encontraron con una horrible imagen: Docenas de bebés muertos, más bien reventados, molidos, aplastados contra el piso del camión. Las chicas se quedaron sin habla. Llegaron los sepultureros con sus palas. Pidieron permiso a las muchachas y comenzaron a retirar con la pala los restos de carne y huesos que constituyeron alguna vez niños. Echaban los restos en un saco que decía:

HARINA – MOLINO DE TRES CUARTOS, CASS GARAMY.

“¡Eso!, necesitamos harina, tenemos que ir con ese Cass Garamy”. Le preguntaron dónde podían encontrarlo a los sepultureros y caminaron en la dirección indicada.

* * * * * * * * * * * * * * *

Sonó el despertador, marcaba las 7:00 a.m. Se quedó quieta, mirando el techo. Tratando de recordar el sueño. No pudo. Trató de conciliar nuevamente el sueño para volver a ese sueño tan bello. No recordaba de qué se trataba, lo único que recordaba era que era muy bonito. “Había mucho rosado y estaba la Fresia”. Siempre sueña con su hermana para la conmemorativa fecha del accidente que le quitó la vida. “Pudimos haber sido las dos…”.
No tenía que ir a la universidad. Era sábado. Tenía que ir al cementerio, con su mamá.

14/7/07

La Cultura.


Suelo coleccionar cosas. Desde chico, si encontraba una cosa que sea del mismo estilo que otra, y habían más similares entre sí, no podía dejar pasar esa colección en potencia. Tazos, laminitas, cartas, figuritas, stickers, juguetes del McDonald´s, estampillas, incluso tapas de botella, envases de axe, piedras, lápices, llaves, monedas de diferentes países... etcétera. He coleccionado de todo. Ahora colecciono menos, pero sigo coleccionando de todos modos: Discos de Franz Ferdinand, The Strokes y Beck, los capítulos de los simpsons en VHS (tengo como 312 capítulos o 43 cassettes, según el último conteo), libros de la editorial Universitaria, y últimamente mi loco afán es estar de los primeros el día sábado en la mañana frente al kiosco para comprar calientita La Tercera del sábado, pues adentro viene mi querido suplemento de Cultura.
Corría mi época intelecto-retraída (tercera etapa de mi vida), cuando se anunció que La Tercera haría de su sección cultural un suplemento autónomo estilo revista. La noticia me interesó menos que una colilla de cigarro, sin embargo por casualidad me encontré el suplemento en el asiento de la micro (amarilla) cuando volvía del Bellas Artes. La revista me llamó la atención, gracias a mi ignorancia: En la portada aparecía un tipo disparando con una boina, todo en blanco y negro. “Huidobro Dispara”, se leía en el titular. Desde ese momento no paré de leer La Cultura. Con ese tomo le tomé animosidad a Neruda, me enamoré de Huidobro, supe quién era Martin Heidegger y aprendí a valorar a Jocelyn-Holt.
De ahí que me sorprendo con cada portada de la Cultura: Jorge Luis Borges, Botero, Roberto Matta, Martin Scorsese, Pablo Neruda, U2, Mario Vargas Llosa, José Donoso, La pequeña Gigante del Royal DeLuxe, Clint Eastwood, Andy Warhol, Roger Waters, G.G.M., 300, J.R.R. Tolkien, Woody Allen, Isabel Allende, Darth Vader, María Luisa Bombal (Think I´m in Love!), unas Converse estilo Frida Kahlo, Harry Potter, Björk y mis vitales Simpson. (Espero salir ahí algún día)
“Todos remiten la cultura a su oficio. Para los saltimbanquis es cultura hacer malabares, para los literatos es cultura un libro, para un cocinero la comida” Es verdad, todos cierran sus mentes ante nuevas posibilidades culturales, nadie admite que la cultura abarca mucho más de lo que se supone. Ser culto no está dado por hablar de modo sofisticado, ni por leer a Cervantes, ni por reírte de los chistes del Mercurio (que por lo demás hay unos que son de culto, por lo fomes). La cultura está determinada por conocer qué hacen tus contemporáneos, qué hacen tus coterráneos, qué hacen tus coetáneos, qué gustos tienen las personas con las que convives diariamente. Cultura es conocer cómo funcionan y funcionaron las cosas, en todo ámbito.
Por eso colecciono esta Cultura, porque me muestra las ideofacturas que el mundo está produciendo y recopila las grandes ideas de antaño que repercuten hoy.
Hoy tengo el número 42 en mis manos, y le agradezco todos esos datos freaks referentes a literatura, cine, teatro, música, pintura, arquitectura y filosofía.
¡Cultura, gracias por ser tan ecléctica!




Servicio de Utilidad Pública: Revisando mi colección, percaté de que me robaron los tomos 2, 3 y 12, así que hago un llamado público. Si alguien tiene esos tomos, haga el favor de indicármelo.
El Cheloveco.

13/7/07

Coca-Cola (Coke).


Siempre ha estado ahí. Es como el espejo del baño: Nadie sabe quién lo trajo, ni cuándo lo trajeron, el punto es que está ahí, intacto, viendo pasar nuestros días, todos y cada uno de ellos, indicándonos qué hay para hoy, recordándonos que el tiempo pasa, aunque no lo parezca. Una función similar es la que cumple Coca-Cola. Al igual que el espejo, nos recuerda qué tenemos que hacer: Tomar Coca-Cola.
Coca-Cola nos mira en cada lugar, siempre está ahí. Cuando esperamos la micro; cuando vamos en el metro; cuando estamos esperando que el Boomerang nos deje caer; cuando escuchamos la radio FM y AM; cuando vamos a hacer un ensayo para la PSU; cuando compramos una Pepsi; siempre hay una Coca-Cola que nos mira y nos dice qué tenemos que hacer: Tomar Coca-Cola.
Parejas felices, niños sonrientes, abuelos que recuerdan sus años mozos, mamás que quieren a sus hijos, familias perfectas (mamá, papá, hijo, hija, perrito), chicos cool, chicas fashion, superestrellas del rock, astros del balón… todos ellos disfrutan de una negra, fría, suave, refrescante, sabrosa y reconfortante Coca-Cola.
Si incluso, ha pasado a formar parte de nuestra cultura urbana. No lo notamos, porque está tan enraizada que es tan obvia su presencia como que todos sabemos quién es Elvis Presley o Bart Simpson. ¿Quién no ha tomado Coca-Cola con café o Coca-Cola caliente para derrotar el sueño? Si incluso, en sus comienzos la Coca-Cola era un símil de la Aspirina.
El punto es que la Coca-Cola siempre está ahí, haciendo de todo, obligándonos. Su publicidad siempre es la más llamativa, siempre la más convincente, siempre con el jinggle más pegajoso, siempre con la promoción con más arrastre, siempre con un envase más económico y con una modalidad distinta.
La Coca-Cola se ha vuelto una verdadera necesidad básica, para todos los estratos sociales. No es necesaria para el hombre, pero al menos eso es lo que la publicidad dice, y eso es lo que vale.
Todo el mundo toma Coca-Cola: Orientales y Occidentales, Negros y Blancos, Comunistas y Capitalistas, Pobres y Ricos, Hombres y Mujeres, Niños y Ancianos. Dejar de tomar Coca-Cola es difícil, y más difícil aún cuando todos los que te rodean ya están inmersos en la vorágine del consumismo.
Ya he intentado tres veces de dejar la Coca-Cola, a pesar de que no soy un ferviente consumidor (no he tomado más de un litro a la semana, considerando que la estadística es de medio litro diario por persona).
Voy a dejar de tomar Coca-Cola, aunque todo el día esa roja imagen me diga que voy a ser un perdedor, un fracasado, un infeliz, un apartado social, un extraño, un sucker, un aburrido, un desgraciado, un idiota y un tarado. No sé porqué voy a dejar de tomar, quizás de puro ocioso, quizás de anti-sistémico, quizás de aburrido, aburrido ante la monotonía del color negro, quizás de puro iconoclasta. Si debe ser de puro iconoclasta.
Y cuando vaya a un local de comida rápida, pida un combo 3 y la señorita atendedora me haga la obligada pregunta "¿Coca-Cola las bebidas?", le voy a poder responder "No, Sprite".
No es un gran cambio, pero es un cambio.



Photo by Vale.

El Nivel.


No sé si se puede definir cuál es el nivel que sigue. Al menos por ahora, las miradas son intencionalmente opuestas, las direcciones se vuelven habitualmente nulas. Para saber cuál es el nivel que sigue, necesito que me digas dónde estamos… si es que estamos. Hard To Explain. Bien, puede ser difícil, pero no puedo, al menos respecto a ti, construir un Castillo en las Nubes, no puedo basarlo en supuestos. Ojalá pudiera huir, a un lugar lejano. ¿Para qué? Sólo para huir. ¿Huir de qué? De la cámara lenta. ¿Con la que te grabo? No, con la que nos graban.
Típico del teatro de este siglo, mucha poesía, poco sentimiento. La vida es una poesía. Sí, pero un culebrón no es poético. ¿Todo se rompe para ti? No, sólo lo de débiles cimientos.
¡Perfecto! ¿Juguemos? ¡Así que ahora quieres jugar! Si, y prometo no usar tu cabeza como un revólver… ¡Además era Revolución Rusa! Sabes que eso no es una excusa razonable… pero en fin, estoy aburrido. Entonces ¿sí?
Lo último que le dije era que había roto las reglas del juego. Me quedé sin balas, sin balas y sin balas, balas de las naranja, naranja Vincapervinca. Usó mi cabeza como un revólver. Al menos tengo las manos (frías) útiles para escribir una carta de socorro.
No sé qué rayos ganas con lo que me haces que hagamos. Pasar el tiempo. ¿Para qué? Para el gran día. ¿El jueves? Da lo mismo el día que caiga, de hecho no tengo idea. ¿Y no te da miedo? Me da vergüenza. Debería. ¿Sí? Sí.
Estoy equilibrándome, por tu culpa. ¡Sabías que la confianza pesaba más que una pluma! Pero por jugar, por jugar ese demoníaco jueguito... ¡Porqué no me quedé con las Hermanas Tijera! A ti también te gusta el juego. Si, pero ya no. Me gastaste todas las balas. ¿En serio? Si, de verdad. Me quedé sin balas por tu culpa. No voy a jugar nunca más.
Tres semanas después me invitó a jugar. No me acuerdo si acepté o no. Lo que sí, sé que estamos en otro nivel, sin balas, pero al fin en el siguiente nivel.

11/7/07

¡Rayos!


02. Literatura de la Basura: Un ejemplo.
08. Una niña pinta un cuadro.
45. George habita una isla.
72. Hola… ¿No te conozco?
16. Pero si te dije que no fui.
20. No hay nada más fome que leer un libro obligado.
19. Cuando te llaman, contesta, pero no en la calle.
01. Bacán: Que tiene bacanidad.
37. Aquí si estamos entre caníbales.
54. Cuando recorro tu piel, no sé si dejarme ganar o hacerte perder.
68. Converse (No por la marca de zapatillas, sino por el acto de conversar).
33. La luz del sol tiene somníferos.
97. Cargo con los Rolling Stones ¡y qué!
60. Pensar por otros es muy frecuente.
84. De T-34 y Tigers.
74. Míralo… ¡Míralo, se revuelca!
67. Y no estabas en la rima que duerme en todas las palabras.
11. ¡Golazo!
61. Esquivo mi mirada y estás siempre ahí.
23. Nada obtendréis de nada.
70. De reyes locos y locos reyes.
65. Cuando veas a un forajido nunca le muestres los dientes.
04. 11 de cada 10.
10. La niña tiene un cabello realmente verde.
12. Su cuadro es realmente naranjo.
02. Oasis - Lyla.
44. Si no la recoges, te doy un beso.
13. Es un naranjo Vinca-Pervinca.
39. ELUNO.
88. Chau. ¿De verdad? Sí, Chau.
31. Es que no me cabe en la cabeza…
69. The Telephone is ringing, and is for you, fucked!
79. Bubblegum(ers).
53. Sus tatotillas.
77. ¡Tengo Miedo Torero!
15. Cuando rima, no calza. Fondo/Forma.
99. Mira, entra en el juego.
41. ¡Qué buen tema!
03. ¡Caput!
00. El Cheloveco.

10/7/07

Según los Cálculos, los Cálculos Fallan.


Todo pronosticaba ser un día normal para Leotardo. Un día normal para Leotardo, era el equivalente a un día funesto para cualquiera que se encuentre en la norma de normalidad. Tenía una especie de afanoso afán en cuanto a preocuparse, lo que incluso parecía serle grato.
Todos creíamos que era un perdedor porque quería serlo, no era necesario preocuparse tanto por las cosas. Todo le preocupaba a Leotardo, sin embargo nunca se ocupó realmente de algo. Vivía en el mañana a tal extremo que olvidaba su ayer y cometía los mismos errores en el hoy.
Ese jueves (el jueves negro) lo tenía planificado desde hacía ya una semana: El despertador sonaría a las 5:59 a.m., siendo que estaba programado a las 6:20 a.m.; tendría que abandonar el sueño que lo dejaba escapar de la realidad, para efectivamente afrontar esa misma realidad, que lo recibía con sus brazos fríos y abiertos; estaría lloviendo, por lo que no podría evitar llevar el abultado abrigo que su madre le obligaba a llevar en los días de lluvia; caminaría seis calles hasta el metro y debería hacer una cola constituida por cerca de 80 personas, ya que según sus cálculos, ese día tendría que cargar su tarjeta de transporte; subiría a un vagón sobreexplotado respecto de la dosis permitida de personas que puede recibir; llegaría de mal humor a su escuela, pues el atraso de ese jueves sería el sexto en el mes, lo cual implicaría una suspensión de clases para el día viernes que seguía; respecto del ámbito escolar, debía exponer acerca del creacionismo literario en literatura, sobre lo cual no prepararía nada y afrontaría su mala calificación; luego le seguiría una extensa prueba de matemática, la que realmente le causaba pavor; terminaría el día escolar con una horrible clase de química, en la que le entregarían el puntaje obtenido en una prueba pasada, en la que espera de hecho una reprobación… sin embargo, no todo el día sería un día normal, según lo que había planificado: a las 2:30 p.m. podría verla a ella, y si tenía los ánimos podría, quizás, preguntarle la hora o pedirle fuego. Después de eso, no le importaba que pasara con su día.
Llegó el fatídico día anunciado. Sí, es un día fatídico, pero lo será sólo hasta las 2:30 p.m.
El despertador sonó correctamente a las 6:20 p.m.; era un día cálido, muy atípico de ese gélido invierno; no llovía y su madre dormía plácidamente; sus cálculos habían fallado, y no era necesario hacer la terrible cola, que por lo demás excedía sus cálculos: era de más de 130 personas; subió al vagón del metro, pero algo extraño había allí: estaba vacío, lo que provocó un trayecto mucho más expedito hasta su destino; no hubo atraso alguno; su profesora de literatura estaba enferma; la prueba de matemática se había postergado; le entregaron la prueba de química, en la que curiosamente estaba plasmado un notable 7.0 dentro de una circunferencia… Qué día más anormal, pensó, todo me ha salido bien.
A veces los cálculos fallan. Eso se dijo al ver cómo una camioneta roja atropellaba a la chica de sus sueños. Los cálculos a veces fallan.

2/7/07

La Revolución Rusa.




En plena Revolución Rusa puedo dejar de creer… nunca en las ideas, pues es difícil que ellas te traicionen, menos cuando les estás dando cuerpo. Puedo dejar de creer en aquellas “ideas con cuerpo”, por mencionarlas de alguna forma. Me refiero a las inspiraciones. Ellas son como la palabra: Si no dan Vida, Matan. En este caso dieron vida al intentar matar. La vida se obtiene al alcanzar la Libertad… ya saben cómo.
Me aburrí de jugar. Un saludo – Hola –, un Juego y la despedida – Chau –.
“¿Juegas?”, me dice. “¿Juegas otra vez?”. Ya le he dicho tres veces que sí a esa pregunta. “No”, le digo, y es como si me sintiera más liviano, como si me parara en un taburete más alto que el que tenía bajo mis pies. “No, no juego más”. Y me siento Loser, pero al menos un Loser libre. Sacudir el yugo es posible incluso en plena Revolución Rusa.
No jugué porque usaste mi cabeza como un revólver. Tenía la ilusión de la Libertad, pero siempre estuvo ahí la Esperanza como fiel guardiana. Esperé a que se durmiera y salí, y más allá me esperaba el tren de la Demencia. No me subí. No sé por qué no me subí. Debe haber sido por el frío, la nieve o quizás por la misma Revolución Rusa.
“¿Jugás ahora?”, me gritó desde su habitación. Me doy media vuelta, asiento con la cabeza y corro hacia ella. Nos sentamos en la mesa. Me saco la cabeza y le disparo. En Revolución Rusa, sólo yo puedo ocupar mi cabeza como revolver.
“¡Otra vez!” le dije. “No, ya no quiero jugar contigo… ¡Habíamos quedado en que los grandes no juegan poh!”. Eso creí yo, pero en fin: Estamos en plena Revolución Rusa.