10/7/07

Según los Cálculos, los Cálculos Fallan.


Todo pronosticaba ser un día normal para Leotardo. Un día normal para Leotardo, era el equivalente a un día funesto para cualquiera que se encuentre en la norma de normalidad. Tenía una especie de afanoso afán en cuanto a preocuparse, lo que incluso parecía serle grato.
Todos creíamos que era un perdedor porque quería serlo, no era necesario preocuparse tanto por las cosas. Todo le preocupaba a Leotardo, sin embargo nunca se ocupó realmente de algo. Vivía en el mañana a tal extremo que olvidaba su ayer y cometía los mismos errores en el hoy.
Ese jueves (el jueves negro) lo tenía planificado desde hacía ya una semana: El despertador sonaría a las 5:59 a.m., siendo que estaba programado a las 6:20 a.m.; tendría que abandonar el sueño que lo dejaba escapar de la realidad, para efectivamente afrontar esa misma realidad, que lo recibía con sus brazos fríos y abiertos; estaría lloviendo, por lo que no podría evitar llevar el abultado abrigo que su madre le obligaba a llevar en los días de lluvia; caminaría seis calles hasta el metro y debería hacer una cola constituida por cerca de 80 personas, ya que según sus cálculos, ese día tendría que cargar su tarjeta de transporte; subiría a un vagón sobreexplotado respecto de la dosis permitida de personas que puede recibir; llegaría de mal humor a su escuela, pues el atraso de ese jueves sería el sexto en el mes, lo cual implicaría una suspensión de clases para el día viernes que seguía; respecto del ámbito escolar, debía exponer acerca del creacionismo literario en literatura, sobre lo cual no prepararía nada y afrontaría su mala calificación; luego le seguiría una extensa prueba de matemática, la que realmente le causaba pavor; terminaría el día escolar con una horrible clase de química, en la que le entregarían el puntaje obtenido en una prueba pasada, en la que espera de hecho una reprobación… sin embargo, no todo el día sería un día normal, según lo que había planificado: a las 2:30 p.m. podría verla a ella, y si tenía los ánimos podría, quizás, preguntarle la hora o pedirle fuego. Después de eso, no le importaba que pasara con su día.
Llegó el fatídico día anunciado. Sí, es un día fatídico, pero lo será sólo hasta las 2:30 p.m.
El despertador sonó correctamente a las 6:20 p.m.; era un día cálido, muy atípico de ese gélido invierno; no llovía y su madre dormía plácidamente; sus cálculos habían fallado, y no era necesario hacer la terrible cola, que por lo demás excedía sus cálculos: era de más de 130 personas; subió al vagón del metro, pero algo extraño había allí: estaba vacío, lo que provocó un trayecto mucho más expedito hasta su destino; no hubo atraso alguno; su profesora de literatura estaba enferma; la prueba de matemática se había postergado; le entregaron la prueba de química, en la que curiosamente estaba plasmado un notable 7.0 dentro de una circunferencia… Qué día más anormal, pensó, todo me ha salido bien.
A veces los cálculos fallan. Eso se dijo al ver cómo una camioneta roja atropellaba a la chica de sus sueños. Los cálculos a veces fallan.

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