20/2/08

Desorden. Violencia. Usted.


Desordenar es algo natural en todos, algo inherente que no podemos dejar de hacer. Lo que sí, lo podemos reparar: Podemos ordenar. Muchas veces no es un trabajo agradable en acto, pero sí lo es en potencia, ya que vamos a tener las cosas mucho más a mano para cuando de ellas requiramos algo. Sin embargo, del orden nace a su vez el desorden, pero también el orden nace del mismo desorden. Sólo cuando algo está desordenado puede ser ordenado y viceversa.
¿Por qué nos molesta ordenar, y no nos molesta desordenar? Por un simple efecto de esfuerzo. Se da lo mismo que subir una colina con una patineta: Subimos la colina con la patineta bajo nuestro brazo, cargándola, sin disfrutar de esto. Sin embargo subimos con la patineta esperando lograr un objetivo, que es el placer de bajar rápidamente la colina en nuestra patineta. Subir la colina es pagar un precio para recibir el placer posterior de bajar la colina a gran velocidad y experimentar todas las sensaciones que eso conlleva.
Con el orden y su opuesto, el desorden, se da un efecto similar, por lo que podemos reconocer que para el hombre el desorden provoca de alguna forma una especie de placer, pues estamos dispuestos a pagar el precio de ordenar con el tal de poder desordenar después.
El desorden, así, debe ser una expresión instintiva de la parte animal del hombre. Es una especie de tubo de escape para satisfacer las necesidades de destruir, de hacer violencia en último término. Muchos han reconocido en la violencia una de las necesidades primordiales del hombre, que a lo largo de la historia humana ha intentado satisfacer.
Desde los tiempos primitivos, la violencia se incorporó al hombre como una costumbre biológica. Hablando de los tiempos de Roma, podemos evidenciar una ilustración muy relevante en su desarrollo: El Coliseo Romano. Cuya función era poder presenciar sangrientas batallas entre hombres, y a veces entre bestias y hombres. Lo anterior, con la finalidad de dar un escape, que no afecte directamente a quienes la necesitan, a la necesidad biológica de la violencia.
La guerra en sí, también ha cumplido esa función de hacer violencia. Sin embargo con la “civilización” de la humanidad, las técnicas “bárbaras” para dar una salida a nuestras ansias de violencia, se han debido suavizar, siendo trasladadas a los deportes. Sí, son eventos mucho menos encarnizados que los de nuestros antepasados, pero es una buena muestra de cómo la necesidad de violentar (o presenciar la violencia en otros) ha acompañado al hombre en su historia, viéndose inclusive modificada por las circunstancias.
La literatura y el cine, aunque en menor mediad, cumplen también la función de llevar al hombre a un mundo en el cual puede dar por satisfechas sus necesidades de asesinar, descuartizar, golpear, violar, masacrar o torturar a otro, mediante los personajes.
La violencia necesaria, por tanto, en el mundo actual tiene formas de ser satisfecha, pero ¿Serán estas vías de escape la oferta necesaria para suplir en su totalidad la demanda de violencia presente en los hombres?
El maltrato, los asesinatos y la delincuencia son claros síntomas de la violencia social presente en las ciudades. También encontramos tintes de violencia en las expresiones artísticas y culturales como la música, el teatro, la pintura, la poesía e incluso cuestionadas obras de arte como los grafitos y stencils. Las modas de las tribus urbanas quieren expresar, violentamente, la repugnancia que sienten por el sistema que no les permite encajar. Violencia, violencia y violencia ¿Más que una necesidad biológica, se está convirtiendo en un modo de vida?, ¿En una herramienta de lucha frente a lo que no nos gusta?, o simplemente ¿Está pasando a convertirse en una nueva forma de comunicarnos y expresarnos?
Termino recordándole a usted señor lector, que no se sintió identificado con la violencia descrita, que también cambia de estado las cosas que están ordenadas: Usted también desordena, y el desorden, acordamos, es una forma de violencia. Y que no le quede la idea de que pido que reivindique sus acciones violentas ingresando a una de esas sectas proto-religiosas que deshumanizan al ya inhumano hombre. No, pues la violencia está dentro de usted, usted no controla su violencia, sino que al revés.
La violencia es el Gran Hermano tras el sistema en el que estamos insertos, la violencia fue la única que pudo llevar a cabo la revolución personal y conquistar a cada uno de nosotros para actuemos a su antojo, como piezas de ajedrez.

15/2/08

Resistir a un Enemigo Conocido, pero Indeseado.


Muerte no es, vida no es, entonces ¿Qué es? Es un fusil que me apunta, pero pólvora no me lanza sino flores, flores que arrullan y matan. Con escudos me protejo, aunque poco sirven cuando son tantas flores. Miro delante de mí y ya nadie está, todos están tras de mí, soy su escudo, como ellos lo fueron en algún momento del juego, juego que no quiero llamar muerte o vida, pero es algo que se le parece. Cuando vida y muerte parecen la misma cosa, todo gira y gira, estremece. Se corre para evitar, pero cuando uno quiere enfrentar se pone de frente y confía en sus capacidades. Mi escudo de cristal no resiste el mare mágnum florido que me fusilará. De qué me sirve resistir estoicamente, si a lo largo de la vida, muchos campos recorreré y muchas flores venenosas pisaré: Alguna me matará. ¿Qué sentido tiene resistir? Resistir algo que no es ni muerte ni vida, sino algo que produce vida y muerte.
Ahora, ¿Qué es? Yo creo saber, pero tengo miedo a que eso sea. Mientras tanto, ya no resisto: Estoy muerto... ¿O vivo? Eso no tiene mayor importancia cuando se dejó de resistir.

11/2/08

Si me Mencionas Desaparezco.


Silencio. Aquella noche no era fría ni obscura: Era una noche silenciosa. Salió a la calle y cesó de hablar, no por la boca, pues estaba sola, sino que cesó de hablar para sí misma. Sus ideas se vieron espantadas por aquella noche llena de silencio. No era una noche silenciosa, sino más bien un silencio anochecido. Era un silencio tan grande que ejercía una fuerte presión sobre ella. Sentía que algo trataba de aplastarla, la aplastaba mucho, como una inmensa mano que puja hacia el suelo. Empezó a tener miedo, ya que le estaba costando caminar por la presión extra del silencio obscuro. Intentó encender su linterna para espantar un poco de aquella oscuridad tan silenciosa, pero no pudo hacerlo pues la presión ya había reventado la ampolleta. El silencio obscuro ahora era también una fuente de temor. No podía pensar mucho porque el silencio era como un chillido interno capaz de desordenar todo lo que se pudiera organizar en la cabeza. Era un silencio aplastante. Y se dio cuenta que era aplastante cuando se vio de rodillas, apretando muy fuerte sus dientes y tapándose las orejas con sus manos. Quería dejar de oír ese maldito silencio, mas era imposible. El silencio acaparaba todos sus sentidos. La piel le dolía por el peso del silencio. Sus oídos parecía que iban a estallar. Sus ojos parecían salirse de sus cuencas respectivas. Su cabeza iba a estallar. No podía levantarse, estaba boca abajo en el suelo. Trató de proferir alguna palabra, cualquiera, para que actuara como un haz luminoso en aquella obscura noche silenciosa y atemorizante, que de un momento a otro se volvió además fría. No aguantaba más, sus oídos sangraban. Su cuerpo se estaba enterrando en la tierra fría, tan fría que parecía de hierro. Se estaba sepultando, se estaba inhumando viva. Ya cuando estaba un metro bajo tierra aplastada por el silencio, escuchó que alguien le dijo “Nunca vuelvas a salir sola de noche”. Ella trató de responder, pues había logrado hilvanar una frase, y cuando se aprontaba a pronunciarla… ¡Clash!
De un momento a otro todo era luz y armonía. Las aves cantaban, los perros ladraban, la gente murmuraba. Se había acabado la noche y el silencio. La palabra actuó como una luz cegadora que acabó con el silencio y la oscuridad.
La palabra cuando no da vida, mata. Silencio es una palabra.