29/5/07

De Manos Frías.


“Uff, qué frío hace”. En realidad, frío en el estricto rigor de la palabra, no tenía aquella mañana estepáricamente gélida. Lo que sí tenía era frío en las manos. “Tienes las manos muy heladas”, me decía cada individuo al que le tendía mi maquinal y necesaria extremidad. “Siempre están heladas” le respondí a cada uno. Esto me hizo cavilar y recordar.

Siempre he tenido las manos frías. Todos los inviernos, aunque tenga más ropajes que ánimo encima, siempre mis manos han estado, están y estarán frías. Más aún, en la época estival, este característico fenómeno (mío) se produce con mayor frecuencia.

Lo bueno de mis manos frías, aparte de distinguirme de aquellos que denomino “los mano-caliente”, es que conozco su génesis.

“Usted siempre con las manos frías”, me reclamó el Kapitán. “Es que cuando mi mamá me tenía en su vientre, comía mucho helado de piña. Como yo me encontraba en su estómago, el helado me caía de frentón en la cara, entonces para evitar esto ponía mis manos como para-helados, lo que explica mi condición”. Nadie me creyó. Qué más da, me han pasado cosas tanto o menos creíbles que ésta, que prefiero no contar en una sociedad tan Principitesca como la que habito hoy.

Un cajero automático al estilo Gambito, una injusticia muy lúdica afuera de una catedral del Consumismo, una eterna espera y un estiloso anciano, una filosofía del permiso, un dilema con la felicidad.

La gente no se asombra, y cuando se asombra intenta aparentar no asombrarse.

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