29/11/07

Operari Sequitur Esse.


Una tribu insular, perdida en el tiempo y en el espacio, reducida en cuanto a cantidad y calidad de sus integrantes, solía tener la creencia en un Ser Supremo, el cual sostenía el equilibrio universal. Todo se mantenía estable, en tanto el Ser Supremo así lo quisiese. Para que el Ser lo quisiese debían hacerle sacrificios.
Lo particular de esta tribu era quiénes eran inmolados. No eran los integrantes de las familias más débiles, ni los esclavos de guerra, ni los extranjeros, ni las mujeres, ni los débiles, ni los ancianos. No. Los ofrendados eran los más jóvenes, fuertes y vigorosos; los más sabios, trabajadores, perspicaces, leales e indispensables; los más poderosos, importantes y carismáticos. El ser objeto de sacrificio era visto como un regalo de la comunidad y un premio peleado por sus postulantes.
Tal vez la exaltación del sacrificio fue una creación de la misma comunidad, pero la deidad o Ser Supremo a la cual le sacrificaban a los más destacados de la comunidad, existía y vivía dentro del volcán de la isla. El volcán eruptaba cuando la deidad-monstruo tenía hambre. Era inmensamente grande y su placer máximo era devorar el sacrificio mensual que hacían los habitantes de su isla. Gozaba comiendo hombres, y por otra parte, los hombres disfrutaban siendo comidos.
La misma relación se daba en todas las islas cercanas (todas las islas a la redonda contaban con un volcán y un monstruo-dios que se alimentaba de los felices sacrificados).
Por generalización hubiera dicho que en todas las islas se daba la relación, sin embargo en una no se daba. Las condiciones eran las mismas: Una isla, un volcán, una comunidad tribal, un dios-monstruo y la tendencia voluntaria de la comunidad ante el sacrificio. Lo único que variaba respecto de las demás islas era el desagrado del Ser Supremo de comerse los sacrificios que le eran ofrecidos. Es más, no se los comía sino que se los regalaba a los monstruos de las otras islas.
Se daban todas las condiciones, pero no ocurría lo mismo. El monstruo de esta isla tenía la particularidad que desde antes había sido acostumbrado a comer sólo las plantas y árboles de la isla, ante la no existencia aún de los humanos. Fue la isla en la cual el poblamiento humano fue más tardío, por lo cual el monstruo, para sobrevivir, tuvo que recurrir a la alimentación herbívora, en contraposición a los demás monstruos carnívoros.
A pesar de que no le agradaba comerse a los humanos, no lo hacía porque no le satisficiera su sabor o su textura (de hecho nunca había probado uno), sino que no los comía por una incomprensible especie de lealtad ante las hierbas, que era superior a su curiosidad por los humanos. Siempre quiso comer humanos, pero se lo impedía esa restricción incomprensible que emanaba de la vegetación.
Lo malo ocurrió un día en que el monstruo herbívoro se vio desnutrido y en serios problemas de muerte, todo con una clara culpabilidad de la vida alimenticia que llevaba. Por esto un día se atrevió y probó el sacrificio mensual de humanos. Le encantó y le hizo bien. Se recuperó y evitó el engaño hacia su veneradora comunidad. Todo se le hizo más fácil al monstruo-deidad. Se volvió más ágil y adquirió una rapidez mental que antes no poseía siendo herbívoro. En fin, optó por lo sano, lo que los demás Seres Supremos como él hacían, y lo que de hecho él debió siempre haber hecho: Comer humanos, como todos los demás.
Su gusto por las hierbas era totalmente incomprensible, lo lógico era comer humanos, lo hizo y fue la mejor opción.

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