21/11/07

Calor en Sánscrito.


Iba caminando al sol, sin mirar al suelo, y su día fue completamente normal.
Iba caminando al sol, mirando al suelo, vio un papel, no le dio importancia alguna, y su día fue completamente normal.
Iba caminándola sol, mirando al suelo, vio el papel, le llamó la atención y lo recogió, lo observó, vio unas letras raras, lo volvió a dejar en el suelo, y su día fue completamente normal.
Iba caminando al sol, mirando al suelo, vio el papel, le llamó la atención, lo recogió, lo observó, vio unas letras raras, letras que le parecieron similares a un montón de ropa tendida y, a diferencia de los tres casi-protagonistas anteriores, guardó el papel en su bolsillo. Se llamaba Claonís. Le preguntó a su profesor en qué idioma estaba escrito el roñoso papelito. Sánscrito ¿Cómo podría saber qué dice un papel escrito en sánscrito? No se preocupó de eso y lo usó como marcador de libros.
Una tarde de calor imposible, de fuegos extremos. Las calles estaban vacías: La gente se había derretido en plena vía pública. Podían encontrarse los huesos encarbonecidos de las víctimas. El hedor a carne quemada era insoportable. Las vísceras, que solían ser de personas, eran peleadas por los canes famélicos que arriesgaban su vida al sol por salvarla del hambre.
Los árboles en llamas. Las piletas evaporadas. Monumentos históricos de acero, estaban al rojo vivo y eran moldeables a voluntad de cualquiera. Incluso, algunos niños, que no podían refugiarse en su casa, porque no tenían, jugaban a moldear con una varilla a los próceres de la patria. Los militares ilustres que empuñaban su espada al horizonte eran las principales víctimas, pues los niños cortaban sin problemas la espada y se la incrustaban al militar en la entrepierna, para darles un miembro más viril y así demostrar a la historia la gallardía que nunca sabremos si tuvieron o no. Las calles estaban dilatadas. Los cables telefónicos tocaban el suelo con su languidez.
El ambiente estaba tan denso al interior de las casas, que las personas no podían ni discutir ni evitar hablarse. Los enamorados no podían amarse. Los alegres no podían deprimirse y los deprimidos no podían alegrarse. Los sedientos no podían saciar su sed, ya que no había agua… bueno casi no había, porque de haber había, pero era para las personas de la parte alta de la ciudad y no para la gente de las clases bajas.
Los termómetros no tenían dentro de sus cálculos el calor existente. El Estado ordenó que las personas no salieran de sus casas, lo que era favorable en demasía, pues el calor pasó a ser la excusa para evitar las manifestaciones de ese día en la Capital.
Hacía tanto calor que era imposible leer algo, en primer término porque la tinta del libro se disolvía con el sudor que salía como cascada de las manos, y en segundo término porque las ideas se deshacían en el trayecto ojos-cerebro. Más conflictivo era aún leer a Hegel. Claonís tenía que leer a Hegel, mas en su casa no podía. Tenía que ir a la biblioteca, por lo menos allí había aire acondicionado. Estaba a la mitad del dilema: O leer o morir ¿Valía la pena arriesgar su vida por leer algo? Sí, lo valía, no sabía por qué, pero lo valía. Tomó un balde con agua, lo apoyó en su cabeza y se fue corriendo a la biblioteca más cercana, que se encontraba a unas setenta casas. Las primeras dos casa corrió, luego sólo pudo caminar las siguientes tres casas, para luego tener que gatear las siguientes sesenta y cinco casas. Se demoró seis horas y cuarto en llegar a la biblioteca, casi muerto por deshidratación, con el balde derretido y con su cuerpo lleno de ampollas debidas al roce con el pavimento infernal. No pudo darle de su agua a un vagabundo que se la pedía a la entrada de la biblioteca, porque si se la daba se moría. A sorpresa suya, la biblioteca estaba abierta. No había nadie, sólo estaba abierta. Se dirigió a la pequeña habitación acondicionada, y era como el paraíso congelado. La habitación acondicionada era un infierno, de hecho el aire acondicionado estaba apagado, pero la sugestión que produce ver ese aparato blanco en el techo bastaba para convertir aquello en el paraíso. Se fue a la única mesa y abrió su libro. Frente a él había alguien más, pero lo ignoró, ignoro que fue recíproco en efecto.
Mientras leía, pasó una imposible ráfaga de viento que logró volar su marcador de libros improvisado. El marcador llegó a la persona que leía al frente. Hacía tanto calor que no le importó nada lo que sucediera con su marcador en sánscrito. Era una chica la de enfrente.
De pronto la lectura de Claonís se vio interrumpida por un papel que le llegó en pleno libro. Era un papel con escritura en sánscrito, pero no era su marcador de libros, este papel tenía otros signos y era de menor extensión. Miró al frente suyo y la chica lo estaba mirando, al menos eso suponía según lo que podía visualizar con el denso ambiente en la sala. En la sala estaban sólo ellos dos… y más que en la sala, en la biblioteca e incluso setenta casas a la redonda no había alguien con vida (el vagabundo de la entrada ya había caído como víctima del calor). Ella buscaba una mirada de complicidad mientras sostenía el marcador de Claonís en su mojada mano derecha. Claonís tenía una mirada de duda impresionante, que sumada al calor lo hacían parecer un signo de interrogación tamaño real. Sus ojos hubiesen hecho conexión, pero el calor lo impidió.
Tras conversar unas horas, lograron saber algo más de sus vidas: Ella sabía sánscrito y se llamaba Arnouveau. Había leído lo que decía el marcador y por eso envió una respuesta, pensando que Claonís era el autor de tal propuesta.
Arnouveau no puedo explicarle lo que decía el papel a Claonís, porque el calor no permitía las conexiones neuronales necesarias para hacerlo, pero le dejó un mensaje en sánscrito que Claonís no pudo más que recibirlo sin poder decir nada gracias al ascendente calor: Ahora tenía dos mensajes que no entendía y no quería revelarle a Arnouveau que no sabía sánscrito.
Claonís, caminando bajo el sol quemante de regreso a su casa, logró hilar la duda de qué dirán los papeles en sánscrito que tiene. Sin embargo, todo se quedó en la simple duda que alguna vez tuvo mientras caminaba bajo el sol, pues su vida siguió el rumbo normal que debía seguir y no el camino de desvío que le habían preparado esos dos mensajes en sánscrito. No quiso leer lo que tenía ante sus ojos, y todo siguió igual.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nicolás, a ratos me agrado mucho lo que leía, pero en otros creo que abandonabas el estilo que llevaste alguna vez (dentro el mismo escrito). Como recomendación te diría que definieras uno, y lo siguieras, por lo menos uno para cada artículo. Espero entienda mi acotación. Adiós.