15/12/07

El Muro de los Recuerdos.


Sentado frente al muro. Observando los detalles de construcción, pero pensando en otra cosa mucho menos fría que un muro. Intentando escuchar lo que el muro pretende decir a través de la activación casi eléctrica de recuerdos que resplandecen con el simple click de una imagen. De uno en dos y de dos en tres, los recuerdos llegan y se van, vienen y se quitan, suenan y se opacan, casi digitalmente. Vienen colores, se van sonidos, aparecen caricias, vuelven sabores y también olores. Chic chic chic llegan las imágenes una tras otra, inducidas por otras imágenes. Lo mismo pasa con los colores, los sabores, las caricias, los sonidos y los olores plim plam plus click chac pass. Pasaban y pasaban, una tras otra las sensaciones que guarda el cuerpo en su memoria hasta que GUAUUUU desde el fondo. AÚUUU desde más allá del muro. Intentaba concentrarme para ver qué aullaba de esa forma tras el muro, pero mientras más lo intentaba, menos me era posible averiguarlo. Me había volatilizado al pasado, pero ese aullido me hizo volver. Y en buen momento, porque una pequeña trampa mental basta para sumir a cualquiera en una vorágine de porqués. GUAUUUU de nuevo y definitivamente ya estaba sentado en el presente: se me había acabado la gasolina de la máquina del tiempo. Mi problema actual era averiguar qué aullaba tan estrepitosamente. Me paro y salgo a la calle, siguiendo el AÚUUU y GUAUUU AAAAAH. El aullido cada vez es menos agudo y cada vez más agónico. Lo más lógico para esa fuente de sonido debía ser un can. Y en efecto, era un perro, famoso en las localidades cercanas por lo demás. Un círculo curioso lo rodeaba murmurando mucho del pobrecito-perro, de los desgraciados que lo atropellaron, del cuidado que deben tener los niños al jugar en la calle, de la irresponsabilidad de los conductores y derivando así en problemas sociales cada vez más generales. Mucho murmullo, pero poca acción. Después de enterarme de lo sucedido al perrito (sólo a través de los comentarios del círculo curioso) me quedé, morboso, contemplando esa miserable escena que, según mi parecer era sólo apta para mayores de 18, pero que sin embargo la mayor cantidad de espectadores era conformada por impúberes. Creo que los niños no debieran ver eso, menos cuando el perro deja de respirar y empieza a echar saliva por el hocico mientras sus vidriosos ojos miran a un horizonte que jamás volverá a buscar y los nervios se le comienzan a recoger. Eso fue lo más sórdido de todo esto: El perro echado a un lado de la calle. Los niños rodeándolo con sus caritas llenas de esperanza, que luego sería inútil. El perro comienza a dar sus últimos estertores, sin embargo la inocua imaginación de los pequeños los convierten en posibles “segundos aires” que lo harán resurgir de las profundices. Los niños, animosos ante cualquier movimiento de muerte parecido a un movimiento vital, lograban auto-engañarse de mejor manera de la que yo puede hacerlo. Cuando el perro no quiso resistir más de esta vida cruel y comenzó a enrollar sus nervios musculares, los niños, al contrario de cómo debía haber sido, se alegraron al tener la falsa, pero esperanzadora imagen de que ello era un signo de vitalidad. Míralo se está levantando, gritaban algunos de felicidad, mientras caminando me iba de vuelta a mi muro para evitar ver la escena cruda del descubrimiento de la verdad para los niños, pero también me iba al muro a buscar algún recuerdo que me ayudara a impedir que los ojos vidriosos de ese perro y las caritas de esperanza de los niños entraran en mi memoria, evitando que esos lastimeros GUAUUUU retornaran en un momento inesperado de recuerdos frente al muro. Al final, cada uno pinta su muro del color que quiera.

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