15/4/08

Nihil Novo Sub Sole.




Existió un hombre al que todos consideraban sombrío, misterioso, extraño, si sentido y solitario. Nadie sabía mucho de él, lo único que se sabía es que estaba muy ocupado en una gran tarea, que nadie sabía cuál era. Se vestía de manera extraña: Usaba capa y portaba un bastón. Se decía que era muy pobre, que era un poderoso aristócrata, que era narcotraficante y que era homosexual. Llamaba la atención del mundo, al flamear su roja capa los ojos del mundo eran suyos.
Una vez estuve frente a frente con él. Le pregunté la hora, mas me respondió sin mirar su reloj: “El tiempo no existe”. Me alejé extrañado y sin preocuparme. La gente decía que era mi amigo, pues nadie se le había acercado nunca. Era el único que conocía su voz.
Otra vez lo vi a la distancia. Estaba escribiendo con una pintura roja unos garabatos en un muro. Primero no distinguí qué decía. No quise acercarme, por temor, temor a un no-sé-qué, quizás a lo desconocido. Me recordé de su frase “el tiempo no existe”. Cuando volví mi vista a ese muro, el hombre ya no estaba, sólo estaba su escrito. Me acerqué y se leía: “Las cosas no son como las recuerdas”. Me descolocó tanto como la primera vez que vi flamear su capa, y, más que la vez en la que le pregunté la hora.
En un momento, que nadie podría determinar con exactitud, el hombre de la capa dejó de llamar la atención: ya todos lo habíamos asimilado al contexto, a la escenografía: era uno más. Desde que nadie se sorprendía ya por el hombre, no había nunca nada nuevo ante nuestros ojos, nada nos sorprendía, no había nada nuevo bajo el sol. Una frase escrita con pintura roja en el baño público representaba bien lo que sentía, al menos yo: “Los sentidos te engañan”. Era como si ya no pudiéramos ver lo nuevo.
Una noche de eclipse, tu ve que quedarme hasta tarde, muy tarde. No había nadie, sólo yo. Me iba, cuando sentí a alguien llorar. Me asusté mucho. Sentí que quien lloraba me llamaba, por mi nombre. Me asusté más. Sentí que se me acercaba a paso rápido. Salí corriendo y logré perderlo.
Al otro día, todos estaban asombradísimos con la nueva imagen del hombre que antes vestía de capa y que portaba un bastón: ahora era lo más parecido a uno de nosotros, era uno más. Ya no portaba su bastón, ahora portaba una baraja de naipes como todos. Ya no tenía su capa roja, ahora llevaba el vestuario oficial como todos: Era un mago más. Lo vi a lo lejos, y no sé por qué me avergoncé de él: un hombre que era distinto, ahora es normal. Me dirigí hacia él lo miré a los ojos y me correspondió. Le dije: “Usted vendió el mundo, ya nada será igual”. Agachó su cabeza, me negó la mirada. Se sentía mal, lo vi en sus ojos. Mirando hacia el suelo me dijo en voz muy baja: “Tienes razón: Soy el hombre que vendió el mundo”. Rió un momento.

Pronto supimos del suicidio del extraño hombre: se enterró una botella en el ojo que le penetró hasta salir por la nuca.
Ergo, statu quo. Todo volvió a ser obvio, nada era nuevo bajo este sol eclipsado.

2 comentarios:

Escritor sin experiencia dijo...

Hace mucho que no te veo,pero somos amigos de facebook,que es lo que vale en estos dias.

Te deberias sentir mal,por haber insitado a su suicidio.

Te dejare sin admision,por eso.

Anónimo dijo...

amigo...tienes el alento que yo quisiera tener...me identifico plenamentecon tu descripcion de ti mismo...pero aun me falta mucho...
bueno me tope con tu bog por coincidencia, por u-cursos, ja!
gracias a gente como tu puedo segir mi camino...