5/8/07

Ser Nadie y No Ser Alguien.


“Tú no eres nadie” le decían. Estaban equivocados, en la forma, pero no en el fondo: El sí era nadie. Era un nadie. No tenía rostro ni nombre para los demás. Su apellido era común y su personalidad tímida. No tenía talentos reconocidos ni gustos populares. No tenía amigos ni leía libros. No buscaba gloria, sólo encontraba indiferencia. Seguía las normas de cordura, como todos. No estaba dispuesto a nada. Si faltaba algún día, nadie lo notaba. Su rostro era tan común como su nombre, por lo que era muy difícil asociar uno con otro. No tenía sueños, porque no tenía modelos a seguir, y no tenía modelos porque… porque… bueno, porque era un nadie: Los nadies son nadies porque no tienen inspiraciones, no porque no quieran tenerlas, sino porque el mundo se niega a mostrárselas. En fin, no tenía rostro, era sólo cabello y zapatos.
Una lluviosa tarde, camino a su casa, este nadie se encontró con un grupo de compañeros de clase. “Oye, ven, ven a ver esto”, le gritó uno de ellos desde un callejón iluminado por una vela y nada más. El nadie pensó en no ir, pero el agua que caía le molestaba tanto, que decidió evitarla por un momento bajo el techo en que estaban sus compañeros. ¿Qué le querían mostrar? Uno de sus compañeros estaba sentado frente a un cajón, sobre el cual se encontraba una hilera de pelotitas de papel. Nuestro nadie se puso frente al cajón y preguntó “¿Qué hay?”. Cuando preguntaba las pelotitas, una por una le bofetearon el rostro, pero nadie las lanzaba, simplemente se dirigían a su cara. Todos reían, menos él. Humillado, agarró del cuello al joven que estaba sentado frente a las pelotitas. “¿¡Cómo lo hiciste!?” le gritó con rabia. “Telekinesis”. El nadie se fue corriendo. Corriendo y pensando. Telekinesis, telekinesis, telekinesis, telekinesis…
Fue a la biblioteca de su padre, una inmensa biblioteca de más de cuarenta mil ejemplares. Encontró tres libros: “¿Qué es la telekinesis?”, “Todos podemos hacer telekinesis” e “Introducción a la telekinesis”. Leyó como nunca en su vida. No fue a su colegio por cuatro días, pues se quedó leyendo, aunque de todos modos nadie notó que había faltado.
Aprendió a mover lápices pequeños, sólo con la mirada, imaginándose sólo una mano externa a él que lo movía. Pero, por primera vez, nuestro nadie tuvo una ambición, quería mover algo más grande. Y pensó en imaginarse una mano más grande, pero no funcionó. Así que optó por imaginar a un joven, alguien de su edad, con características similares a las suyas, pero con un nombre y un rostro que no pasen desapercibidos, con una personalidad avasalladora, alguien dispuesto a todo, alguien que sea un Alguien. Lo imaginó y lo hizo que tomara el lápiz. Lo tomó, pero luego salió corriendo con él. El nadie fue tras el alguien imaginario. Por toda la casa, hasta que reaccionó que esto era sólo su creación, un medio para mover cosas con su mente, por lo que decidió desconcentrarse. No sirvió, el alguien todavía estaba allí, con el lápiz en su mano. Estaban frente a frente. Si alguien hubiera estado allí, sólo hubiera visto al nadie frente a un lápiz que flota. Pero nadie lo vio.
Tres semanas después, ya había creado seis individuos imaginarios. Dos eran mujeres. Uno era un niño. Uno era un anciano. Podía mover muchas cosas a la vez, pues se había hecho amigo de sus creaciones, y estos le obedecían, en parte por pena hacia este nadie, en parte por miedo frente a su creador.
No había mostrado sus poderes en público, de hecho no había salido de su casa en semanas. Pensaba en hacer levitar a la gente, o a sí mismo para impresionar a las personas y dejar de ser un nadie. Sin embargo, uno de los imaginarios convenció a los demás para matar a su creador. Una noche de lluvia, mientras el nadie dormía feliz, pues al otro día dejaría de ser un nadie, fue la noche que los imaginarios decidieron cometer su rebelión. Fue algo simple, lo asfixiaron con un cojín. Seis días después, cuando su madre sintió un olor nauseabundo desde la habitación de su hijo, decidió echar abajo la puerta y descubrir que su hijo estaba muerto. En parte por cobardía, en parte por soledad, la madre se fue a suicidar tirándose al puente donde su esposo también se había suicidado hace unos años atrás.
Los imaginarios, en parte por compasión, en parte por asco, decidieron arrojar al nadie desde el mismo puente fatídico en que toda su familia se había arrojado.
Cuando encontraron los cuerpos, no tenían identificación, ni nadie que los reconociera: Para efectos legales, eran un par de N.N., que no tienen nombre. Nadie los mató, se suicidaron. Eran hijos de nadie y de ninguno. Nadie los lamentó, ninguno los lloró. Los imaginarios desaparecieron, tal como su creador: Desaparecieron como si nunca hubieran existido.

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